Dejar ir, soltar para que la mente y el corazón se sientan lo suficientemente vacíos, dando espacio al esplendor del momento presente.
Es interesante observar cómo nos aferramos a las cosas materiales y a las experiencias. Buscamos la seguridad de lo conocido y de aquello que ya hemos experimentado para sentirnos cómodos y a salvo. Esto último son anhelos que todo ser humano espera sentir en su vida, de hecho en ocasiones los buscamos con tanta fuerza que se convierte en una fuente intensa de sufrimiento en el camino.
Pero la vida está ahí para demostrarnos que esto no es posible, al menos no todo el tiempo. El cambio como experiencia es una constante en nuestro proceso. Desde el mismo momento en que nacemos estamos experimentando este fenómeno a nuestro alrededor, en nuestro propio cuerpo, en nuestro entorno y también en las personas que queremos y que nos acompañan.
Si podemos aprender a soltar todo eso a lo que nos aferramos, encontraremos un lugar muy amplio, espacioso, donde todo va a surgiendo y cambiando por sí mismo, sin que tengamos que hacer gran esfuerzo para reconocerlo y dejarlo fluir.
Puedes experimentar el dejar ir. Dejar que todos esos recuerdos puedan aparecer y desaparecer como parte de una vida que ya no nos pertenece, sino que ha quedado en los escondidos rincones de nuestra mente, lista para aparecer cuando menos lo esperamos.
Parece un propósito difícil, sobre todo cuando hemos pasado toda nuestra vida intentando acumular y guardar, tal vez para no reconocer que ese tiempo ya pasó, y que el único momento que puedo vivir es este en el que estoy leyendo o escribiendo, comiendo o amando, llorando o riendo. No solo atesoramos cosas materiales, sino también experiencias, ¿o unos van con las otras?. Lo intentamos revivir una y otra vez, con la ilusión de volver a generar lo mismo, que nada haya cambiado para poder sentir de nuevo esa felicidad o plenitud. O con la esperanza de que ya no duela tanto y podamos seguir adelante en nuestro camino.
Puedes experimentar el dejar ir. Dejar que todos esos recuerdos puedan aparecer y desaparecer como parte de una vida que ya no nos pertenece, sino que ha quedado en los escondidos rincones de nuestra mente, lista para aparecer cuando menos lo esperamos. Dejar ir, soltar para que la mente y el corazón se sientan lo suficientemente vacíos y se llenen del esplendor del momento presente.
Soltar no significa olvidar o fingir que nada ha ocurrido. Claro que ocurrió, y lo viviste, y lo sentiste, aunque ahora forma parte de un momento que no está aquí. Si nos empeñamos en revivirlo una y otra vez, estamos perdiendo la gran oportunidad de vivir el ahora. Abre tu ventana, tu puerta, tu casa y deja que todo salga, que se vacíe de muebles, como el poema de Mary Oliver, y que el vacío dé lugar a lo nuevo, a lo inesperado y sorprendente.
Siéntante, cierra tus ojos o déjalos entornados, y comienza a sentir como surge tu respiración. De forma espontánea, sin que tengas que hacer nada para ello. Aunque lo demos por sentado, nada te garantiza que la siguiente respiración llegará, y, sin embargo, llega de nuevo. Siente como aparece la inspiración y tu cuerpo se siente agradecido por esa energía y vitalidad, siente como aparece la espiración y tu cuerpo se vacía dando espacio a la siguiente inspiración. La necesidad de espirar en tu cuerpo no es otra que la de dejar espacio para un nuevo y regenerado oxígeno que te permita seguir viviendo. Aprende a soltar igual que exhalas, de la misma forma, sin esfuerzo y con espacio. Al igual que sueltas el aire, puedes dejar que tus pensamientos y emociones pasen a su propio ritmo, notando cómo vas transitando desde la contracción a la expansión, desde la tensión a la relajación, de la estrechez a la amplitud.
Como expresa el gran maestro de meditación Ajahn Chah: “Si sueltas un poco, tendrás un poco de libertad. Si sueltas mucho, tendrás mucha libertad. Si lo sueltas todo serás completamente libre”